“En el peligro grité al Señor y me atendió.” (Jonás 2, 2)
Cuando escuché por primera vez la historia de Jonás, la vi desde un lugar de gran superioridad pensando, "¿Cómo pudo Jonás ser tan cobarde?" Después de estudiar un poco, llegué a comprender que Dios lo estaba enviando a hablar con los asirios poderosos. Eran una superpotencia pagana y Jonás tuvo que ir a predicar un mensaje en nombre del único Dios verdadero a una cultura que creía lo contrario. ¡No es de extrañar que tomara un barco en la dirección opuesta!
El llamado de Jonás se parece mucho al nuestro. Vivimos en una sociedad relativista con una cultura que está en contra de nuestra fe, pero como ocurre con los cristianos de todas las épocas, estamos llamadas a proclamar el Evangelio. En teoría, esto suena bastante simple, pero ¿qué hacemos cuando estamos sentadas en la sala de espera del médico y vemos anuncios en las paredes contrarios a la fe o cuando estamos en el salón de belleza y escuchamos a una amiga aconsejando a otra amiga a la cohabitación? Se vuelve más fácil entender a qué se enfrentaba Jonás (aunque el resultado para nosotras podría ser una conversación enojada o ser bloqueada en las redes sociales, mientras Jonás enfrentaba vida o muerte).
La forma correcta de responder de una situación específica a otra requiere la guía del Espíritu Santo, ayuda de nuestro ángel de la guarda, y un ejercicio de la virtud de la prudencia, pero creo que el Evangelio de hoy debería darnos una pista de cuál debería ser nuestra disposición. El mensaje de la cultura que es opuesta a lo que Dios ha revelado en las enseñanzas de la Iglesia puede hacerle daño a mi prójimo ahora y en la eternidad.
Esta preocupación del buen samaritano debería ser la que me mueva a querer mostrarles el plan más perfecto de Dios. No debería tratarse de tener razón o ganar, sino sinceramente la preocupación por todos aquellos, incluyendo yo misma, que resultan heridos por la cultura. A veces este amor nos motivará a hablar, a veces la prudencia dictará que es nuestro lugar orar; pero de cualquier manera, debería conmovernos.
Ninguna de nosotras ha estado a la altura de esto a la perfección, así que gracias a Dios por Su misericordia que me permite decir con Jonás, “En el peligro grité al Señor y me atendió.”
// Christy Vaissade creció en Brooklyn, Nueva York, hija de padres inmigrantes de la República Dominicana. Ha sido el deseo personal de Christy traer a otros a conocer la misericordia y el amor de Dios que ha cambiado y está cambiando su vida desde la joven edad de trece años. Christy es maestra de teología de secundaria, catequista, y cantora en su parroquia local. Ella y su esposo, Michael, viven en Nueva Jersey con su cachorro Pembroke Welsh Corgi, Daisy. Le encanta cocinar, ir al gimnasio, y pasar tiempo con sus sobrinos y ahijados.