Recuerdo una época hace años, cuando me convertí en adulta y empecé a tomar decisiones por mí misma. Me sentí insegura de dejar atrás mis “viejas costumbres” para seguir a Cristo. Me preocupaba perder una parte de mi identidad e incluso posiblemente perder mi alegría. Hubo presión para no hacer algo incorrecto o “meter la pata” al tomar decisiones equivocadas a medida que crecía y experimentaba mis propias responsabilidades.
Pienso en aquellos en el evangelio de hoy que buscaban cuestionar a Jesús sobre la forma en que sus discípulos no actuaban como se esperaba de ellos. Cristo les explicó qué porque Él estaba con ellos, estaban eligiendo una nueva forma de vivir. Esto era difícil de comprender porque era fácil quedar atrapado en las costumbres de antaño. Era inaudito desviarse de las antiguas tradiciones y costumbres.
Lo grandioso del Señor es que sólo Su presencia nos llama a cambiar y ser mejores. Él siempre nos da oportunidades de crecer y ser renovadas. Nuestras viejas costumbres no nos definen y Él puede mostrarnos una nueva manera de vivir. Nunca es demasiado tarde para dejarse cambiar por Dios.
Podríamos perder amigos en el camino, o podríamos tener aquellos que nos critiquen porque quieren limitarnos a ser quienes siempre nos han imaginado. Las Escrituras nos dicen que Dios hace nuevas todas las cosas (Isaías 43:19). No tengas miedo de cambiar de tus viejos modos y viejas costumbres. El Señor quiere estar presente en nuestras vidas y quiere hacer algo nuevo en nosotras si se lo permitimos.