Desde la perspectiva de hoy en día donde la tecnología, la ciencia y las telecomunicaciones han hecho avances casi inverosímiles, donde el mundo es tan moderno y globalizado, donde se puede viajar al espacio e incluso conversar con inteligencias artificiales (por nombrar sólo algunas cosas), puede parecernos absurda e ignorante la actitud de aquellas personas del Antiguo Testamento que construyeron becerros de oro para adorarlos. “En el Horeb hicieron un becerro, un ídolo de oro, y lo adoraron. Cambiaron al Dios que era su gloria por un buey que come pasto” (Salmo 105).
Sin embargo, a pesar de todos los avances de nuestro mundo, la naturaleza humana sigue siendo la misma. Y las personas seguimos cayendo en el mismo error. Los becerros de oro que fabricamos hoy tal vez no son estatuas hechas de metal, pero funcionan exactamente igual.
De la misma manera que antes, nos encandilamos con otras luces que no son la de Dios y, sin darnos cuenta, hoy, igual que en aquel entonces, convertimos otras cosas en dioses y los adoramos de igual manera: el dinero, el poder, la popularidad, la estabilidad, el control, el placer, la belleza, o cualquier otra cosa que absorba del todo nuestra mente y nuestro interés y por la cual todo lo demás pase a un segundo plano.
Si alguien nos preguntara si somos idólatras, seguramente contestaríamos que no, que amamos al único Dios verdadero, pero quizá valga la pena explorar un poco más profundamente si en nuestro caminar por esta vida le damos a otras cosas un valor casi absoluto, si ponemos en ellas toda nuestra confianza y empeñamos obsesivamente todo nuestro tiempo en alcanzarlas. Porque cuando sucede así, sin darnos cuenta, es posible que estemos fabricando modernos becerros de oro.
Hermanas, Dios nos conoce y nos ama. Sabe lo fácil que es confundirnos. Sabe que esos becerros de oro, por más sofisticados que sean, nunca van a satisfacer nuestros más profundos anhelos, sólo Él puede hacerlo.
Señor, concédenos Tu luz, para buscarte primero a Ti, que eres el único que puede darnos la felicidad completa. Amén.
// Teresa Salmerón nació en la Ciudad de México, donde creció en una familia católica practicante y donde formó la suya propia. Ha tenido la oportunidad de vivir en varios países como Chile, Venezuela, México y Estados Unidos. Actualmente reside en Ohio, donde ha vivido desde hace 13 años y donde trabaja como traductora y maestra de español. Teresa tiene 3 hijos adultos a los que ama profundamente. Ha sido catequista y actualmente facilita un estudio Bíblico de un grupo de mujeres de su parroquia. A Teresa le gusta mucho bailar, leer, cocinar y convivir con su familia y amigos; y se siente profundamente agradecida por el infinito amor de Dios.