“Me he hecho todo a todos, a fin de ganarlos a todos. Todo lo hago por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes.” (1 Corintios 9, 23)
Arrodillada frente al santísimo sacramento, pude sentir el fuego de amor que ardía en el corazón de Jesús. Yo era sólo una jovencita, y había peregrinado a Paray-Le-Monial, el lugar donde el Sagrado Corazón de Jesús se le apareció a Margarita María Alacoque. En esa fría capilla donde se apareció ese Corazón, un calor penetrante me consumía por dentro.
Ese amor tan profundo no era sólo por mí, Jesús estaba ardiendo por todas las almas del planeta. Entonces me acordé de mi pasado y los lugares horribles donde había estado, lejos de Su amor. Un dolor inmenso me llenó por dentro pensando en todas las almas que aún estaban viviendo así. De esta manera, supe que debía ser misionera, y que Jesús me pedía que ganara almas para Él. Me imploraba que saciara este dolor que sentía al estar separado de todas esas almas.
Entonces, por casi dos años, dejé todo y le entregué mi vida a Jesús. Lo seguí donde me llevó en diferentes grupos misioneros y me convertí en “esclav[a] de todos, para ganarlos a todos” (1 Corintios 9, 19). Pero un día me enamoré, me casé , me volví mamá, y ya no tenía tiempo de ganar más almas.
Varios años después, Jesús me volvió a hablar, y me mostró las seis almas que Él quería que ganara: las de mis cinco hijos y la de mi esposo. Él no quería que estuviera trabajando en mi carrera o ocupándome en mis cosas, distraída de mi familia. Me abrió los ojos y me reveló que quería que conquistara las almas de mi familia. Entonces, otra vez decidí convertirme en “esclav[a], para ganarlos a todos” (1 Corintios 9, 19), pero esta vez de ellos, mi familia. Dios me escogió para amarlos hasta el extremo y traerlos a Su sagrado corazón. Tal vez, si la gracia de mi Señor me lo permite, el amor de nuestra familia pueda ser una esperanza para el mundo, y así ganar más corazones.
Hermana, ¿qué almas son las que Jesús puso en tu camino hoy? Cierra los ojos, deja que Jesús te muestre Su sed por ellas. No tienes que irte a los extremos del mundo para ser misionera. No hay amor mas grande que dar tu vida por otros, aquellos en tu vida diaria.
Espíritu Santo, ayúdanos hoy a ver a las personas que encontremos con Tus ojos de amor. Ayúdanos a amarlas, a servirles y a traerles Tu amor y Verdad. Que nuestros labios sean Tus palabras, nuestros ojos, Tu mirada. Aquí nos tienes, Jesús. Danos almas para Ti.
// Natalia DuTeau fue una joven rebelde a quien Jesús conquistó y le cambió la vida. Ahora es una maestra licenciada convertida en mamá “homeschooler” (escuela en casa). Junto a su esposo Americano, intentan criar a sus 4 hijos bilingües y biculturales transmitiendoles la cultura latina viviendo en el norte de GA. Puedes encontrarla hablando en español mientras hace caminatas por el bosque con sus niños, tomando café (después de todo es colombiana), leyéndole a sus pequeños, bailando, o cantando y tocando guitarra.