En 2018, mi esposo y yo hicimos una peregrinación a Tierra Santa y tuvimos el privilegio de asistir a la Santa Misa dentro de la tumba del Señor en la Iglesia del Santo Sepulcro. Dentro de este pequeño espacio, sólo el sacerdote y otra persona caben dentro de la cámara interior donde se celebra la Misa, sobre la roca de la cueva original. Tuvimos que entrar uno por uno para reverenciar este espacio interior durante la Misa. Entré justo cuando el sacerdote comenzó a leer el Evangelio de hoy. Este fue uno de los momentos más surrealistas de mi vida. Sentía que no podía formular pensamientos. El momento era más grande de lo que mi mente podía manejar.
Después de la Misa, cuando salimos de la Iglesia, me llené de tanta alegría y la necesidad de decirle a todo el mundo que con mis propios ojos he visto que la tumba está vacía. ¡Ha resucitado verdaderamente! Más tarde ese día, estaba reflexionando y hablando con el Señor sobre esta experiencia y me quedó muy claro: ¿No es esto lo que he estado haciendo durante todos estos años? En cada Misa, con cada “Amén” que digo, cada vez que comparto con los jóvenes en el círculo de oración, cada vez que me dirijo a Él en oración en mi habitación, cuando vivo cuidadosamente mis votos matrimoniales por amor a Jesús y a mi esposo, en estos momentos de mi vida diaria que estoy, con Santa María Magdalena, todos los apóstoles y todos los fieles que me precedieron y viven ahora, no estoy profesando que Jesucristo ha resucitado? Me conmovió hasta las lágrimas.
La Pascua es un tiempo tan hermoso para volver al centro de todo lo que profesamos: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16) y este misterio de la Resurrección es la llave que abre esta salvación. La alegría y la esperanza de esta realidad es lo que llevó a Santa María Magdalena a correr hacia los apóstoles esa mañana; llevó a casi todos los apóstoles al martirio, ha llevado a innumerables fieles a lo largo de los siglos a ser perseguidos, burlados, y tratados como parias. La Resurrección nos recuerda que no fuimos creadas para este mundo, fuimos hechas para la comunión eterna con Dios en el cielo y queremos traer a tantas personas como sea posible con nosotras.
Padre, inunda mi corazón con la alegría indescriptible de la Resurrección en este tiempo pascual. Permíteme no tener miedo de difundir esta buena noticia a todos los que me encuentre. Como dice Santa Edith Stein: “Si alguien viene a mí, quiero llevarlo a [Tí]”, querido Jesús.”
Christy Vaissade creció en Brooklyn, Nueva York, hija de padres inmigrantes de la República Dominicana. Ha sido el deseo personal de Christy traer a otros a conocer la misericordia y el amor de Dios que ha cambiado y está cambiando su vida desde la joven edad de trece años. Christy es maestra de teología de secundaria, catequista, y cantora en su parroquia local. Ella y su esposo, Michael, viven en Nueva Jersey con su cachorro Pembroke Welsh Corgi, Daisy. Le encanta cocinar, ir al gimnasio, y pasar tiempo con sus sobrinos y ahijados.