“Muéstrate bondadoso con nosotros, Señor, puesto que en ti hemos confiado.” (Salmo 32, 22)
“Eres una mujer libre, ¡vete en paz!”, me dijo con alegría y cariño el sacerdote después de mi confesión. Me había puesto tan nerviosa antes, y tuve que juntar el coraje para entrar al confesional y abrir mi corazón con todos mis pecados y debilidades. Pero al salir, sentí como nueva, y llena de una paz que nada en el mundo me podía quitar.
“Ante el Señor reconocí mi culpa, no oculté mi pecado. Te confesé, Señor, mi gran delito y tú me has perdonado,” rezamos en el salmo de hoy. Es verdad que ir delante del Señor — a través del sacerdote — y reconocer abiertamente nuestros pecados requiere la gracia del Espíritu Santo y mucha humildad. Podemos sentir la tentación de nuestros padres Adán y Eva de escondernos del Señor después de haber pecado.
Pero Dios nos conoce a fondo, hasta lo más íntimo de nuestro ser; ya sabe nuestras debilidades y pecados. Nos ve en medio de nuestro sufrimiento y dificultades, y justo allí nos ama más de lo que podríamos imaginar, o merecer. Por eso no nos debería asustar las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy. Es más, si caminamos en la luz, no hay que ocultar nada. Y cuando nos tropezamos y caemos, que el Señor ya cuenta con ello porque somos débiles, que vayamos corriendo a nuestro Padre en el cielo que solo tiene entrañas de misericordia para nosotras.
Hermana, te invito hoy a acudir al gran regalo que es el sacramento de la reconciliación. Especialmente si hace mucho tiempo que vas. Jesús ya te está esperando con los brazos abiertos para quererte, sanarte, y hacerte nueva.
// Ashleigh Ladner es hermana, amiga, madrina, tía, y profesora de secundaria, y sobre todo, hija amada de Dios. Después de unos años viviendo en España, ha vuelto a sus raíces en New Orleans, Louisiana. Le encanta viajar y conocer lugares nuevos, leer, un buen expreso, y los girasoles, y sus modelos a seguir en la vida incluyen santa María Magdalena, san Ignacio de Loyola, san Juan Evangelista, y santa Teresa de Jesús.