Cada vez que me encuentro con esta lectura del evangelio, me encuentro respondiendo la pregunta que Jesús planteó de dos maneras. Primero respondo con la respuesta esperada, Tú eres el Mesías, Tú eres el Hijo de Dios. ¡Eres nuestro Salvador! Inmediatamente me siento expuesta y realmente me tomo el tiempo para reflexionar sobre mi etapa de la vida y cómo respondería honestamente si Jesús estuviera parado justo frente a mí.
A veces, me da vergüenza porque si fuera honesta en mi respuesta, diría Jesús, eres mi amigo, pero hace mucho que no hablo contigo. Jesús, eres tan importante pero no te he dado tiempo. Extraño lo cerca que te he sentido. Entonces empiezo a pensar por qué estas son mis respuestas.
Afortunadamente, hay momentos en los que pienso en quién es Jesús y mis respuestas afirman mi deseo de seguirlo. Si me preguntara quién es Él, entonces diría que es mi mejor amigo. Es mi ancla. Es mi Salvador y me toma en cuenta.
Jesús nos invita a hacer una pausa y reflexionar sobre quién es Él para nosotras. Nos invita a ser honestas con nosotras mismas y con Él. No importa dónde me encuentre en la vida y cómo vea al Señor, Él nunca cambia. Cristo es todo lo que necesitamos y más. Su amor y misericordia no dependen de nuestros sentimientos (¡bendito sea!). Él sabe cuándo nos sentimos desconectadas, desanimadas, avergonzadas. Él también sabe cuándo encontramos una disciplina consistente en nuestra vida de oración y cuándo experimentamos avances.
Hermana, hoy, toma tiempo para reflexionar sobre esta pregunta que Cristo quiere hacerte.
¿Quién dices que es Él? ¿Quién ha sido Él para ti? ¿Quién necesitas que sea? Lleva todo esto a la oración y verás cómo Él se revela a ti.