Memoria de Santa Lucía, virgen y mártir Lectionary: 188
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Primera lectura So 3, 1-2. 9-13
“¡Ay de la ciudad rebelde y contaminada,
de la ciudad potente y opresora!
No ha escuchado la voz,
ni ha aceptado la corrección.
No ha confiado en el Señor,
ni se ha vuelto hacia su Dios.
Pero hacia el fin daré otra vez a los pueblos labios puros,
para que todos invoquen el nombre del Señor
y lo sirvan todos bajo el mismo yugo.
Desde más allá de los ríos de Etiopía,
hasta las últimas regiones del norte,
los que me sirven me traerán ofrendas.
Aquel día no sentirás ya vergüenza de haberme sido infiel,
porque entonces yo quitaré de en medio de ti
a los orgullosos y engreídos,
y tú no volverás a ensoberbecerte en mi monte santo.
Aquel día, dice el Señor,
yo dejaré en medio de ti, pueblo mío,
un puñado de gente pobre y humilde.
Este resto de Israel
confiará en el nombre del Señor.
No cometerá maldades ni dirá mentiras;
no se hallará en su boca una lengua embustera.
Permanecerán tranquilos
y descansarán sin que nadie los moleste’’.
Salmo Responsorial Sal 33, 2-3. 6-7. 17-18. 19 y 23
R.(7a) El Señor escucha el clamor de los pobres.
Bendiciré al Señor a todas horas,
no cesará mi boca de alabarlo.
Yo me siento orgulloso del Señor,
que se alegre su pueblo al escucharlo.
R. El Señor escucha el clamor de los pobres.
Confía en el Señor y saltarás de gusto,
jamás te sentirás decepcionado,
porque el Señor escucha el clamor de los pobres
y los libra de todas sus angustias.
R. El Señor escucha el clamor de los pobres.
En contra del malvado está el Señor,
para borrar de la tierra su recuerdo.
Escucha, en cambio, al hombre justo
y lo libra de todas sus congojas.
R. El Señor escucha el clamor de los pobres.
El Señor no está lejos de sus fieles,
y levanta a las almas abatidas.
Salva el Señor la vida de sus siervos;
no morirán quienes en él esperan.
R. El Señor escucha el clamor de los pobres.
Aclamación Antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Ven, Señor, no te tardes;
ven a perdonar los delitos de tu pueblo.
R. Aleluya.
Evangelio Mt 21, 28-32
En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué opinan de esto? Un hombre que tenía dos hijos fue a ver al primero y le ordenó: ‘Hijo, ve a trabajar hoy en la viña’. Él le contestó: ‘Ya voy, señor’, pero no fue. El padre se dirigió al segundo y le dijo lo mismo. Éste le respondió: ‘No quiero ir’, pero se arrepintió y fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?” Ellos le respondieron: “El segundo”.
Entonces Jesús les dijo: “Yo les aseguro que los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de Dios. Porque vino a ustedes Juan, predicó el camino de la justicia y no le creyeron; en cambio, los publicanos y las prostitutas sí le creyeron; ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él”.
“Por favor ve y ayuda a la abuela.”
“La acabo de ayudar”, respondí exasperada. No entendía por qué después de explicarle todo necesitaba mi ayuda otra vez. Rápidamente me di cuenta de mi impaciencia y, como dice el evangelio de hoy, me arrepentí y fui.
El tiempo de adviento nos puede traer muchas fiestas, comidas y decoraciones pero quizás una de las cosas más importantes es el tiempo con amigos y familia. Tener a todos nuestros seres queridos cerca significa que tenemos muchas oportunidades para reír y compartir pero también significa que tenemos muchas más oportunidades para servir, amar y morir a nosotras mismas.
Nuestra reacción inicial puede ser como el segundo hijo, “No quiero”. Pero lo importante es que no paremos ahí. Tenemos que acudir a la misericordia del Señor para que nos perdone y nos ayude a expandir nuestros corazones. El Señor conoce nuestra naturaleza caída y reacciones inmediatas, pero Él nos llama a algo más grande y profundo.
Hermanas, saquemos la oportunidad este adviento de ir más allá de nuestra comodidad y conveniencia para servir a nuestra familia y seres queridos. Le pido a Dios que esta temporada no esté solo llena de grandes fiestas y comidas elaboradas nada más, sino de pequeños actos de misericordia para todos aquellos alrededor de nosotros. Que, con Jesús, todas podamos cambiar nuestros “no quiero” por obras de amor y así preparar nuestros corazones a recibir a nuestro Señor.
Padre, concédeme la gracia de ser dócil a las necesidades de los que me rodean, especialmente a mis seres queridos. Concédeme la fuerza para servirlos en esas necesidades y la humildad de acudir a Tu misericordia cuando me quede corta. Amén.
Joanna nació en Venezuela y fue criada en Miami donde aprendió a hablar “fluent Spanglish”. Le encanta la playa, viajar y la repostería saludable. Conoció a sus dos mejores amigas, Santa Teresita de Jesús y Santa Faustina, durante una misión en Haití y desde ese entonces su vida cambió.