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Hace muchos años, estaba en una charla sobre las obras de misericordia corporales y el orador, que ahora es mi compadre, habló de la lectura del Evangelio de hoy. Explicó que Dios no esperaba que el hombre rico resolviera la pobreza o la enfermedad en todo Jerusalén o el Medio Oriente o el mundo; Dios simplemente quería que el hombre rico cuidara del hombre que yacía a su puerta, sufriendo. Esto me llamó la atención de inmediato. Como alguien que siempre ha estado interesada en las noticias y los comentarios políticos, puedo desanimarme fácilmente cuando veo el estado del mundo. A veces parece que, cada día, las cosas están empeorando de una forma u otra: violencia en nuestras ciudades, desprecio por la dignidad humana, etc. La gente se vuelve tan optimista en torno a las elecciones y luego sus esperanzas se derrumban.
Las palabras de mi compadre me recuerdan a Santa Madre Teresa quien dijo: “Si quieres cambiar el mundo, ve a casa y ama a tu familia”. Creo que el Evangelio de hoy nos pide que miremos a las personas en nuestras vidas que, en este momento, sufren y que mostremos compasión como Nuestro Señor hizo por nosotros al asumir nuestra humanidad. Tal vez no pueda resolver el problema, pero puedo acompañarlos en su sufrimiento.
Podrías estar pensando: “¿Qué pasa con esos problemas de nivel macro? ¿Se supone que no debemos hacer nada al respecto? Aquí miramos a la Iglesia que nos instruye a ser buenos ciudadanos dondequiera que estemos plantados: trabajar por el bien común, votar, escribir a los políticos, etc. Pero creo que las demás lecturas de este día nos recuerdan mantener un sano equilibrio de no confiar en los poderosos de este mundo, sino de poner nuestra confianza en Dios uniendo el trabajo que hacemos con oración y confianza en la victoria de Cristo sobre el pecado y el mal que provocan el sufrimiento que vemos a nuestro alrededor. Ser dichosas porque confiamos en el Señor.
Señor mío, Jesús, ayúdame a ver a los Lázaros en mi vida y a tener el valor de mostrarles compasión, especialmente cuando prefiero huir de la Cruz. Señor, ayúdame a confiar en Tu victoria cuando los problemas de este mundo parecen tan grandes. Espíritu Santo, recuérdame que no importa lo que vea, la oscuridad nunca podrá vencer a la Luz de Cristo.
Christy Vaissade creció en Brooklyn, Nueva York, hija de padres inmigrantes de la República Dominicana. Ha sido el deseo personal de Christy traer a otros a conocer la misericordia y el amor de Dios que ha cambiado y está cambiando su vida desde la joven edad de trece años. Christy es maestra de teología de secundaria, catequista, y cantora en su parroquia local. Ella y su esposo, Michael, viven en Nueva Jersey con su cachorro Pembroke Welsh Corgi, Daisy. Le encanta cocinar, ir al gimnasio, y pasar tiempo con sus sobrinos y ahijados.