“Yo les aseguro que a los hombres se les perdonarán todos sus pecados y todas sus blasfemias. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón; será reo de un pecado eterno.” (Marcos 3, 28-29)
Hace un tiempo conversaba con mi esposo y comentábamos sobre esta misma frase del Evangelio y, a pesar de obtener una respuesta, no me quedó muy claro el significado. ¿Qué es pecar contra el Espíritu Santo? ¿Cuál es esa blasfemia tan grande que según nuestro Señor Jesucristo no perdonará?
Leyendo un poco más sobre esto, encontré una linda reflexión en Radio María que nos menciona lo siguiente: “Pecar contra el Espíritu significa negar lo que es evidente, negar la luz, taparse los ojos para no ver. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Por eso, mientras les dure esta actitud obstinada y esta ceguera voluntaria, ellos mismos se excluyen del perdón y del Reino. Eso es terrible.”
Ahora entiendo que muchas veces es fácil verse tentada a taparse los ojos y no denunciar la verdad, o a no llevar la contraria y aceptar las cosas, aunque estén erradas. Es el camino más fácil, pero no el correcto. Aun en nuestras propias familias, la unión y la comunión es importante para poder vivir en la verdad y poder educar a nuestros hijos o futuros hijos en que no podemos cerrar los ojos para no ver lo correcto.
Hermanas, hoy nos invito a pedir la ayuda de nuestra Madre María en estos tiempos tan complicados donde la defensa de la verdad y de nuestra fe es importante. Todas como católicas somos una familia y como dice el Señor en el Evangelio: “Una familia dividida tampoco puede subsistir.”
Pidamos para que seamos siempre un solo cuerpo con Jesús a la cabeza.
// Clara Holeyfield vivió en su amado Perú hasta los 28 años, que fue cuando se mudó a Arizona con su esposo Samuel. Ambos, junto a su querido gato Tux, viven cada día tratando de llevar una vida agradable a los ojos de Dios. El rezo del Santo Rosario es un ejercicio que siempre tratan de realizar en su día a día. Clara disfruta de cocinar, hornear, pintar y ver películas cursis. La consagración a nuestra Madre María cambió su vida y la de su esposo.