Este domingo, mientras estaba en la celebración eucarística, veía como el sacerdote con tanto respeto y solemnidad iba incensando el altar, tomaba con cuidado, pero firmeza a la vez, el cáliz y la patena que contenían a nuestro Señor Jesucristo. Me quedé pensando que esta celebración se ha venido celebrando desde que los israelitas recibieron las indicaciones de Dios a través de Moisés, pero ahora con nuestro Señor Jesús todo ha cobrado sentido y el sacrificio del altar es ahora el sacrificio del verdadero Cordero de Dios.
Todo esto me deja muy asombrada y maravillada y si bien es cierto que desde pequeña he asistido a la celebración Eucarística, creo que a todas nos ha pasado que al hacer algo varias veces y tal vez en cierto punto te olvidas realmente de todo lo que abarca. Bueno, eso me pasó a mí este fin de semana, creo que el Señor siempre tiene esa potestad de maravillarnos y volvernos a maravillar cuando menos lo esperamos.
En la primera lectura de hoy el profeta Isaías describe para mí lo que es ahora en nuestro tiempo asistir a misa y celebrar la Eucaristía, esa acción de gracias por el sacrificio de salvación de nuestro Señor Jesús. Ahora todos los pueblos que creen que Jesús es el Mesías y que es Dios, podemos acercarnos a este banquete de vinos exquisitos y manjares sustanciosos, no en el sentido material, pero sí en el sentido espiritual.
El asistir a misa y recibir la Eucaristía cuando estoy cansada, agotada, deprimida o feliz es una unión con Nuestro Señor que me llena, que es sustancioso para mi alma. Sé que nuestro Señor Jesús sabía de nuestra necesidad por Él, por eso nos dejó la Eucaristía, como lo dice en el Evangelio del día de hoy "Me da lástima esta gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, porque pueden desmayarse en el camino"
Él sabe cuán cansado es el camino, Él sabe cuán enfermas estamos, Él sabe todo y no nos quiere despedir vacías, no nos quiere dejar ir si vamos a enfrentarnos a este mundo solas. Él decidió quedarse con todos nosotros para siempre. Hoy nos invito hermanas a dar gracias a Dios por quedarse con nosotras.
// Clara Holeyfield nació y vivió hasta los 28 años en su amado Perú, donde su familia y educación le enseñaron a amar a nuestro Señor y a la virgen María, a quien ella llama "Mamita". Clara es traductora y trabajó como docente de inglés como segunda lengua pero actualmente sigue uno de sus sueños siendo decoradora de pasteles en entrenamiento. Actualmente, ella reside en Arizona, Estados Unidos con su esposo Samuel, con quien cada día anhelan y se esfuerzan por poner siempre primero a Jesucristo en su día a día. El rosario los ha acompañado desde el inicio de su relación y la consagración a María ha sido una de las mejores decisiones que ambos hayan tomado.