Mi papá con frecuencia decía una frase que siempre me acuerdo: “Uno nunca puede ser más generoso que Dios.” Es decir, por más que nosotras demos de nuestro tiempo y recursos, Dios siempre es más generoso de lo que nosotras podríamos llegar a ser. Siempre quiere inundarnos con Su amor y Sus gracias, si tan sólo abrimos nuestros corazones.
En la parábola de hoy, vemos como el propietario le pagaba a cada trabajador igual, sin importar la cantidad de horas que trabajaban. No parecía justo. Los tempraneros se quejaban. Los que se demoraron se sorprendieron. Pero me pregunto si alguno de ellos estaba agradecido. Asombrado, quizá, pero el evangelio no dice que le dieron las gracias por la oportunidad de trabajar o por darles más de lo debido. Sólo habla de las quejas: “Al recibirlo, comenzaron a reclamarle…”
Creo que a veces nosotras podemos ser así sin querer. Acudimos a Dios cuando tenemos alguna queja o algún problema, pero, ¿cuántas veces vamos a Dios con el propósito de simplemente alabarlo y agradecerle? Yo sé que tengo mucho que aprender en esa área.
Dios todopoderoso sabe lo que necesitamos. Entiende todas nuestras necesidades antes de mencionarlos, y nos ama. Una persona que ama, por su naturaleza, cuida al otro y busca su bien.
Hermanas, les invito hoy a buscar la forma de crecer en esa actitud de gratitud, reconociendo que Dios es verdaderamente bueno. También reconozcamos que Él puede hacer lo que quiera con lo suyo, o sea, con nosotras. Nos puede llevar por un camino inesperado, pero la fe nos dice que todo es por nuestro bien, si tan sólo confiamos en Él.
Señor, Dios nuestro, ¡muchas gracias por todo! Ayúdame a quejarme menos y agradecerte mucho más.
// Tami Urcia es miembro de una familia católica muy grande. Ella y su esposo peruano tienen cinco hijos pequeños y viven en Michigan. Durante su juventud, Tami pasó unos años como misionera en México y ha trabajado para la Iglesia casi toda su vida en diferentes capacidades. Ha sido traductora por más de 20 años.