No podía creer lo que acababa de escuchar: "Ábrete a la posibilidad de discernirlo todo de nuevo".
¿Cómo podía estar pasando esto?
Hice todo correctamente. Dejé mi relación de casi dos años y encontré un director espiritual. Entré en una casa de discernimiento donde vivía en una comunidad intencional centrada en la oración, el servicio y la sanación. Después de dos años de preparación entré, finalmente, a un convento carmelita como postulante.
Se suponía que era allí donde debía estar. ¿Cómo es posible que cinco años de discernimiento de mi vocación culminen en este momento lleno de incertidumbre, inquietud, y confusión? ¿Podría yo realmente levantarme y dejar lo que había buscado por tanto tiempo?
Una Prueba Vocacional
Llevaba casi un año en el convento cuando tuve esta conversación tan necesaria con el que había sido mi director espiritual. Las monjas ya iban a empezar su reunión formal para evaluar si me invitaban a entrar en el noviciado. Y a la vez, esperaban mi "sí", mi fiat.
Después de los primeros meses de aprender y desaprender hábitos, de echar de menos intensamente a mi familia y a mis amigos, y de la experiencia del choque cultural (¡es realmente fuerte!), me sentí lo suficientemente tranquila como para empezar a sumergirme en mi nueva vida. Cuanto más me sumergía, más notaba la falta de alegría. Soy una persona alegre por naturaleza, pero sabía que me faltaba algo. Como tenía muchos hermanos religiosos buenos y felices en mi vida, yo sabía que debía tener la sensación de "estar en casa" y de una profunda alegría—incluso en medio de las dificultades. Yo pensaba que llegaría el día en que todas las piezas encajaran y que debería continuar al noviciado. ¿Quizás era sólo una prueba de mi perseverancia y mi fe? Así que estaba decidida a seguir adelante.
El Momento de la Verdad
Sin embargo, la sabiduría de mi madre superiora nunca faltaba. Ella escuchó lo que le compartí con toda honestidad y, tras un momento de silencio, su respuesta me inquietó. Ella razonó: "Puede ser que esto sea sólo una prueba, pero también puede ser que el Señor esté tratando de decirnos algo". Fue después de ese momento que ella llamó a mi director espiritual y le pidió que se reuniera conmigo.
Después de la sorpresa que me lleve con el reto del Padre a "discernirlo todo de nuevo", salí de la sala y fui a mi lugar asignado en la capilla. Ahí me hundí y empecé a llorar pensando en lo que esto podía significar. ¿Cómo podría aceptar salir del monasterio, si, de hecho, el Señor me lo había dejado claro?
Tendría que volver a casa y decirles a todos que me había equivocado. Tendría que empezar de nuevo. ¿Cómo podría volver? Las preguntas que me hacía en ese momento eran preguntas basadas en mi orgullo más que en un deseo verdadero de seguir la voluntad del Señor. Sin embargo, me encontraba en un estado de confusión interior. Mi garganta palpitaba mientras trataba de contener más lágrimas. El peso de la decisión y sus implicaciones me agobiaban.
El Señor Habla
En ese momento de mentiras y agitación, percibí que el Señor, en Su amor y misericordia, me cubría con Su verdad. Me llenó una sensación de la paternidad de Dios: de Su cuidado tierno, que me conocía y me amaba, y de que yo era Su hija. Todas estas cuestiones pasaron a un segundo plano y empecé a comprender que lo que yo creía haber sido el acto más difícil de mi vida—despedirme de mi familia y amigos y pasar el umbral de la clausura carmelita— realmente no lo era. Lo más difícil que tendría que hacer ahora, gracias a mi orgullo inmenso y al miedo de equivocarme, era volver a cruzar ese umbral hacia el mundo que dejé atrás y decir: "Me equivoqué".
Confianza en Quien Soy en Él
Aunque por un momento tuve la tentación de pensar que tal vez sería mejor quedarme en el convento en vez de "rendirme", sabía que el Señor me invitaba a tener valentía y permanecer en la verdad. Mi decisión de irme o de quedarme no podía basarse en el miedo, sino en Su fidelidad y amor. Tenía que aceptar los deseos de mi corazón y la realidad de la vida religiosa. Sabía que el Señor me invitaba a tomar una decisión libre y a ser honesta sobre el deseo de casarme, sobre el miedo de desagradar que llevaba conmigo desde mi niñez hasta el convento. Él quería llevarme a confiar verdaderamente en Su paternidad.
En este momento de ansiedad y miedo, la luz y la claridad me atravesaron. Supe que tenía que responder con fe. Como su hija, estaba aprendiendo que no estaba llamada a vivir y a moverme bajo el reino del miedo: miedo al rechazo o a la desaprobación de los demás o miedo al futuro. En cambio, estaba llamada a vivir desde la fe en el amor permanente y transformador de Aquel que me conoce mejor que yo misma.
El Señor tenía mi futuro en Sus manos y también el tuyo. Es un futuro lleno de esperanza.
¿A qué decisión te enfrentas hoy?
¿Hay algo en este momento que el Señor te está pidiendo que hagas o que dejes atrás y sin embargo te sientes atascada o temerosa? Compartiré contigo las tiernas palabras que el Padre habló sobre mí y ruego que puedas quedarte bajo el poder de estas palabras y recibirlas en lo más profundo de tu alma: "Tú eres mi hija..."
Que esta declaración sobre ti te cubra totalmente. El Padre cuida de ti. Puedes confiarle a Él esa decisión que te agobia o el miedo que detiene a tu corazón.
Si lo difícil que estás evitando o temiendo tiene que ver con tu vocación, te recomiendo encarecidamente que pases algún tiempo con un buen libro de discernimiento espiritual.
No importa cuál sea el paso difícil que tienes que tomar en este momento. No importa lo incierto que pueda parecer lo que falta del camino. Da el salto, hermana. Mueve ese pie tuyo, aunque sea un poco, hacia adelante. Él caminará contigo.
¿Qué estás discerniendo con el Señor en este momento? ¿Cómo puedes tomar tu decisión, no basada en el miedo, si no en el amor y en la confianza como hija de Dios?