“Si se mantienen fieles a mi palabra, serán verdaderamente discípulos míos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres.” (Juan 8, 31)
Ya tenía bastantes cosas que hacer, no sabía si podía (o quería) añadir algo más al caos de mi vida. Este fue mi primer pensamiento cuando se me pidió servir en el equipo del liderazgo del nuevo grupo de jóvenes adultos en la parroquia. Iba a ser un compromiso muy grande y tenía mis dudas de que sí podía con todo aquello o no.
Pero dije que “sí.” Si el Señor me invitaba a ello, confié que me iba a dar la gracia necesaria. Y así fue. Algo que pensé que me iba a quitar mucho tiempo y energía terminó dándome mucho más de lo que podía haber imaginado.
Encontré la comunión que llevaba anhelando tanto tiempo. Aprendí a caminar más intencionalmente como discípula de Jesús. Y pude experimentar verdaderamente las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy: “La verdad los hará libres.” Aunque al principio me resistí un poco. A veces duele y hace falta mucha gracia para acercarse a la Verdad, a la Luz… porque empiezas a ver todo tu pecado, tu debilidad, tus imperfecciones. Pero justo ahí, hermana, Jesús anhela que vengamos a Él. Su amor por nosotras es más profundo de lo que podríamos imaginar, más grande que cualquier pecado o debilidad.
Y así, entregándome en esta pequeña comunidad, me encontré. Me sentía llena. Feliz. Como decía Juan Pablo II: ““El hombre no puede encontrarse plenamente a sí mismo si no es a través de un don sincero de sí mismo.”
Eso es un ejemplo muy pequeño en comparación con los acontecimientos de la primera lectura de hoy. Los tres jóvenes dijeron que “sí” a Dios con todas las consecuencias que conllevó, incluso la muerte. Y resulta que algo que pensaban que les iba a quitar la vida, terminó dando vida, glorificando a Dios y hasta convirtiendo los corazones de aquellos que les rodeaba.
Pero Dios no nos pide grandezas, hermanas, sino que vivamos el amor en lo más pequeño. Imagina cómo todo lo que podría obrar Dios en nuestras vidas si confiáramos en Él con todo nuestro ser, sabiendo que lo poquito (o lo mucho) que damos con un corazón de discípulo Dios lo multiplica abundantemente. Pongámonos en Sus manos y pidamos la gracia de ser dóciles a Su Palabra.
// Ashleigh Ladner es hermana, amiga, madrina, tía, y profesora de secundaria, y sobre todo, hija amada de Dios. Originalmente de New Orleans, Louisiana, actualmente está viviendo en Madrid, España. Le encanta viajar y conocer lugares nuevos, leer, un buen expreso, y los girasoles. Sus modelos a seguir en la vida incluyen santa María Magdalena, san Ignacio de Loyola, san Juan, y santa Teresa de Jesús.