Ser la menor de cinco hermanos definitivamente tenía sus ventajas. Siempre me cuidaron y me guiaron. Estaba constantemente mirando el ejemplo que mis hermanos mayores me estaban dando. Siempre había algo para mí que asimilar. Crecer como gemela hizo que fuera una experiencia aún más única. Siempre tuve (tengo) a alguien a mi lado para entenderme y animarme. Éramos extremadamente competitivas entre nosotras pero también extremadamente cercanas.
Cuando nuestra familia se mudó de California a Arizona, yo solo tenía 13 años. Imagina a una adolescente que se establece en la escuela secundaria y, de repente, la sacan y la trasladan a más de 300 millas de distancia. Definitivamente fue un desafío, pero sabía que al menos tenía a mi hermana conmigo en todas mis clases y actividades extracurriculares. Nunca tendría que caminar sola a casa o experimentar algo realmente sola. Obviamente, a medida que crecimos empezamos a tener intereses separados y diferentes grupos de amigos.
El que siempre está a nuestro lado
Comenzamos a prepararnos para recibir el sacramento de Confirmación cuando estábamos en la escuela secundaria. Me mostraron acerca de alguien que sería el más cercano a mí por el resto de mi vida. No era un hermano o familiar sino el Paráclito, el Espíritu enviado por Dios. Aprendimos sobre el Espíritu Santo, Sus Frutos y dones y muchos otros tesoros de nuestra fe. Se nos enseñó acerca de la consumación del poder del Espíritu desde el Bautismo hasta la Confirmación. Nos pidieron que memorizáramos la oración Ven, Espíritu Santo. Incluso pudimos elegir entre un vestido rojo, naranja o amarillo para nuestra Misa de Confirmación. (Si tienes curiosidad, mi gemela eligió vestido amarillo; yo elegí vestido naranja).
Sin embargo, si debo ser honesta, dudaba mucho acerca de la idea de dejar que el Espíritu Santo entrara en mi vida (como si Él no estuviera ya allí...). Sentí que todo el asunto del Espíritu Santo” era para esos católicos. Ya sabes, esos católicos a los que les gusta bailar y alabar con las manos, hablar en lenguas, quedarse dormidos cuando se ora por ellos. No estaba muy familiarizada con ese estilo de oración. Así que me asustó.
Sentí que si mantenía al Espíritu Santo a distancia, no tenía que ser tan fanática radical. Podría ser un católico "casual". Con el humor del Señor, terminé casándome con un hombre católico con una experiencia más carismática. Ahora tengo una relación muy real e íntima con el Espíritu Santo y lo llamo todos los días. Vivir en el Espíritu no significa que tengas que etiquetarte a ti misma como un cierto tipo de católico o sentir que sólo puedes tener una forma de oración. Vivir en el Espíritu significa recibir el don del Padre de tener siempre a alguien a nuestro lado, abogándonos y consolándonos.
Vivir en comunidad.
El Creador del Universo se preocupa profundamente por mí, por ti. Él se revela a nosotros tanto como somos capaces de comprenderlo. Dios es una comunidad de amor. El Espíritu es el amor que fluye del Padre y del Hijo que es enviado por el Padre para permanecer, movernos y capacitarnos para vivir nuestras vidas para Dios.
Cristo promete nunca dejarnos solos. Asegura que pedirá al Padre que envíe un “Protector que permanecerá siempre con ustedes, el Espíritu de Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce” Juan 14, 16-17.
No tengas miedo.
En nuestro caminar con el Señor, a veces podemos tener miedo o desanimarnos de permitirnos rendirnos a Él. Tal vez la idea de Dios Padre es difícil de comprender debido a nuestras propias relaciones con nuestros padres. Quizás Cristo como nuestro Salvador es difícil de aceptar debido a nuestras propias faltas y vergüenza. Tal vez vivir en el Espíritu es intimidante y no estas segura de cómo proceder. Cualquiera que sea el caso, hermana, habla con el Señor al respecto.
Dios nos ve a todos. Él ve las profundidades de lo que somos y ve todas las cosas que tratamos de ocultar e ignorar. Él nos mira y dice “ustedes son preciosos a mis ojos y honrados, y los amo” Isaias 43, 4. Él envía Su Espíritu para estar con nosotros, abogar por nosotros y nunca apartarse de nuestro lado (el Paráclito).
!Tiempo para celebrar!
50 días después de Pascua, celebramos Pentecostés. El día en que el Espíritu Santo descendió sobre los Apóstoles y María. El Catecismo de la Iglesia Catolica dice:
El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor (cf. Hch 2, 36), derrama profusamente el Espíritu.
En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en Él: en la humildad de la carne y en la fe, participan ya en la comunión de la Santísima Trinidad.
¡Celebremos la promesa de Dios de estar siempre con nosotros! Invoquemos al Espíritu Santo en nuestra vida diaria. Rezamos juntas: