A ustedes, los que creen en el nombre del Hijo de Dios, les he escrito estas cosas para que sepan que tienen la vida eterna.” (1 Juan 5,13)
Hace unos años en un antiguo trabajo se iba a realizar un sorteo para todos los profesores que asistirían a la reunión por el día del maestro. Recuerdo no estar muy segura de asistir porque el lugar estaba lejos de mi casa. Al final, decidí participar y recuerdo haberle dicho a mi tía y a mi hermana que estaba convencida de que me sacaría algo en el sorteo (debo decir que nunca antes había ganado algo en un sorteo) pero esta vez yo me sentía convencida.
Fue tanto así que llevé hasta dinero para el taxi y así poder traer lo que me ganara. Cuando llegamos al lugar del evento, uno de los profesores me dijo que me había sacado algo. Para mi sorpresa fue una lavadora, y precisamente era lo que necesitaba porque nuestra lavadora se había malogrado recientemente.
Al leer las lecturas de hoy, en la primera lectura el apóstol San Juan nos dice que creyendo en Jesús ya tenemos vida eterna. Es ese gran regalo que el Señor tiene preparado para nosotras y a veces nos olvidamos que ya tenemos ese ticket ganador, que el sacrificio y la sangre de nuestro Señor Jesucristo ya fueron derramadas para que nosotras podamos gozar de la vida eterna en un determinado momento.
Así como Dios ya tenía preparado para mí esa lavadora que realmente necesitaba, el Señor ya tiene preparada la vida eterna para todas nosotras, pero creo que muchas veces, al menos yo por mi cuenta, actuamos sin recordar que Dios ya ha cumplido Su promesa. La vida eterna a Su lado es posible y cada día cuenta como un ticket extra para poder obtener ese premio mayor. Como decía el padre en la misa de este domingo, si amas a Dios, a tu prójimo y a ti misma, ten por seguro que alcanzarás la felicidad y la vida eterna. Ahora, esto es un esfuerzo diario para todo, con muchos desafíos a veces.
Hermanas, hoy nos invito a recordar el sacrificio de nuestro Señor, a recordar que ya tenemos el ticket ganador, pero que debemos esperar para poder canjearlo y solo podremos hacerlo si esperamos y vivimos de la manera correcta. Que por medio de la intercesión del apóstol San Juan podamos siempre vivir de acuerdo al sacrificio de nuestro Señor Jesús.
Clara Holeyfield vivió en su amado Perú hasta los 28 años, que fue cuando se mudó a Arizona con su esposo Samuel. Ambos, junto a su querido gato Tux, viven cada día tratando de llevar una vida agradable a los ojos de Dios. El rezo del Santo Rosario es un ejercicio que siempre tratan de realizar en su día a día. Clara disfruta de cocinar, hornear, pintar y ver películas cursis. La consagración a nuestra Madre María cambió su vida y la de su esposo.