“...todo el que se enaltece será humillado,
y el que se humilla será enaltecido”. (Lucas 18:14)
Habiendo tenido un encuentro personal con el Señor a la edad de 13 años, una de mis quejas internas fue que eso significaba que tendría que vivir de manera diferente a mis compañeros a mi alrededor y sentí que era un poco injusto porque nunca habría “años aventureros.” Cuando fui a la universidad, recuerdo haber pensado como los fariseos: en comparación con mis compañeros de clase, mis pecados no eran “tan graves.” Pensé que lo estaba haciendo muy bien.
Desafortunadamente, pasó mucho tiempo antes de que las palabras del Evangelio de hoy arraigaran. Estaba leyendo un hermoso libro titulado Humildad de Corazón y cada palabra se sentía como un martillo rompiendo el cristal alrededor de mi corazón. En este libro, el Padre Cayetano de Bérgamo me recordó que el estándar con el que debemos compararnos es Cristo y, a la luz de esa comparación, tenía mucho camino por recorrer. También afirmó que cuando vemos a un hermano o hermana pecar, nunca debemos ser tan arrogantes como para darnos una palmadita en la espalda por no hacer lo mismo, sino saber que es sólo la gracia de Dios que me impide hacer cosas peores aún.
En el mundo actual de las redes sociales, es muy tentador estar llenas de orgullo si estamos tratando de vivir una vida fiel al Señor. Un desplazamiento rápido puede generar innumerables pensamientos críticos. El Evangelio de hoy es un momento maravilloso para detenernos y reflexionar sobre nuestra vara de medir. “¿Estoy considerando a Cristo como mi estándar o estoy buscando excusar mis faltas mirando a mis hermanos y hermanas que sufren de la misma concupiscencia que yo?”
Mi amado Jesús, déjame considerarte como mi estándar de santidad y modelar mi vida según Tu ejemplo. Déjame mirar y ver en los demás lo que Tú ves en ellos, en lugar de preocuparme por sus faltas y, si veo una falta, déjame mostrarles la misma misericordia que Tú me extiendes. Amén.
// Christy Vaissade creció en Brooklyn, Nueva York, hija de padres inmigrantes de la República Dominicana. Ha sido el deseo personal de Christy traer a otros a conocer la misericordia y el amor de Dios que ha cambiado y está cambiando su vida desde la joven edad de trece años. Christy es maestra de teología de secundaria, catequista, y cantora en su parroquia local. Ella y su esposo, Michael, viven en Nueva Jersey con su cachorro Pembroke Welsh Corgi, Daisy. Le encanta cocinar, ir al gimnasio, y pasar tiempo con sus sobrinos y ahijados.