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Muchas veces seguir al Señor significa no poner excusas cuando Él nos pide algo. Pero es fácil caer en la tentación de creer que ser buen cristiano significa seguir órdenes y no cuestionar nada. Las lecturas de hoy me recuerdan que mis emociones no son más grandes que Su gracia y no deben guiar mi vida.
En el Evangelio, Jesús nos llama a recordar a Naamán. Naamán es una persona frustrada y con dudas pero no cierra su corazón. Naamán no se esconde detrás de sus emociones e ideas. El enfrenta su incredulidad y por eso puede recibir la sanación que tanto desea.
Los que estaban en la sinagoga eran judios “ideales”, pero les faltaba una mente y un corazón abiertos. Al estar cara a cara con palabras que para ellos no tenían sentido, se cerraron y se llenaron de ira. En cambio, Naamán escucha las palabras del profeta Eliseo y, cuando se enoja, enfrenta sus sentimientos y le entrega sus planes a Dios. Él escucha a sus criados y se abre a la gracia y sanación del Señor. A pesar de su reacción, se deja sorprender por un plan de amor que excede todo su conocimiento (Efesios 3,19).
Hermanas, frustrarse o ponerse triste ante Dios no es malo. Jesus quiere que nos entreguemos totalmente, no sólo las partes que nosotras pensamos que Él quiere. Tenemos que relatar todo nuestro corazón al Señor y, como Naamán, darle espacio para que responda. El no tiene miedo. Nuestras emociones no son demasiado para Él. Solo así podremos renunciar a nuestra voluntad y aceptar la sanción y el amor de Cristo.
Joanna nació en Venezuela y fue criada en Miami donde aprendió a hablar “Spanglish”. Le encanta la playa, viajar y la repostería saludable. Conoció a sus dos mejores amigas, Santa Teresita de Jesús y Santa Faustina, durante una misión en Haití y desde ese entonces su vida cambió.