Reflexionando y meditando sobre las lecturas del día de hoy, me pongo a pensar cómo se habría sentido Simón cuando Jesús escogió su barca, no la de Juan y Santiago sino la suya, para proclamar las verdades del Reino. Me imagino la alegría y el orgullo que pudo haber experimentado Simón cuando el Maestro lo escogió a él. Definitivamente, ya estando con Jesús en la barca, su corazón debió haberse conmovido reflexionando sobre las enseñanzas que Él explicaba.
Imagínate ser Simón, luego de escuchar al Maestro empiezas a sentir esa semilla caer en tu corazón, las escrituras cobran sentido, y Sus palabras te dejan con ansias de saber de este Maestro. Y de pronto el Maestro te pide que vayas y vuelvas a entrar al mar y que eches las redes. Por tu cabeza pasa, “¿Qué? ¿No sé da cuenta que ya estuve intentándolo todo y nada sucede? ¿Por qué me pide esto?” Pero después de haber escuchado las palabras del Maestro, algo se mueve en tu corazón, así que decides ir y echar las redes nuevamente.
Ese simple acto de rendición y obediencia es lo que muchas veces Dios necesita para que demos fruto. Si nosotras ponemos nuestro 1%, Dios se encarga del otro 99%. Sólo necesitamos discernir y actuar en Su voluntad. Como el apóstol Pablo nos dice hoy, necesitamos conocer la voluntad de Dios para crecer en sabiduría y para obtener conocimiento espiritual.
Y ¿qué pasó cuando Simón echó las redes en ese mar escaso de peces? ¡Un milagro! Miles de peces, tantos peces que decidieron compartir el milagro con otros pescadores. Es lo mismo con nosotras, el Señor necesita nuestras barcas, redes y voluntad para poder hacer el milagro, para poder obrar. Y tenemos la gracia del Santo Espíritu quién nos asistirá en la tarea con fortaleza y sabiduría, tal como dice el apóstol Pablo, “Podrán resistir y perseverar en todo con alegría y constancia.”
Hermanas, el Maestro nos llama a echar las redes en un mar donde nada parece posible, donde la espera se ha hecho tan larga que parece que nunca pasará nada; pero Él viene y nos dice: "No temas.”
// Clara Holeyfield nació y vivió hasta los 28 años en su amado Perú, donde su familia y educación le enseñaron a amar a nuestro Señor y a la virgen María, a quien ella llama "Mamita". Clara es traductora y docente de inglés como segunda lengua. Actualmente, ella reside en Arizona, Estados Unidos con su esposo Samuel, con quien cada día anhelan y se esfuerzan por poner siempre primero a Jesucristo en su día a día. El rosario los ha acompañado desde el inicio de su relación y la consagración a María ha sido una de las mejores decisiones que ambos hayan tomado.