“Habla, Señor; tu siervo te escucha.” (1 Samuel 3, 10)
Estaba en una reunión social en la que había un buen número de personas; la plática animada, el ruido de vasos y platos chocando y la música llenaban el ambiente. De pronto, en el fondo de aquel barullo, alguien percibió el sonido de un celular. El timbre apenas se escuchaba y era opacado por el resto del ruido. Una persona aguzó el oído y dijo: “¡Silencio un momento, por favor! Parece que suena un celular.” Y en efecto, al disminuir el ruido del ambiente, pudo distinguirse, aunque bajito, el timbre de un celular, que sepultado en una bolsa de las invitadas, era apenas audible. Se requirió algo de esfuerzo por parte de su dueña para revolver en su bolsa y encontrarlo, pero finalmente, se hizo evidente el sonido.
De esta situación tan común y corriente me recordó la primera lectura de hoy. En ella, Samuel escucha varias veces la voz de Dios, pero como no le es familiar, y la oye bajito en el fondo, no la reconoce. Es necesario que Elí le ayude a identificar ese sonido para que pueda reconocerlo. Como la persona que pide un momento de silencio para poder escuchar mejor lo que apenas percibe, así podemos hacer nosotras.
La voz de Dios en nuestras vidas es un leve murmullo que muchas veces se pierde entre todos los otros sonidos del mundo que nos rodea. Normalmente, es apenas una invitación suave y sutil que fácilmente puede ser sobrepasada por otros sonidos más intensos como la distracción o la preocupación. Por ello, es necesario hacer un poco de silencio y aguzar los oídos del alma para reconocerla e identificarla. Hace falta un poco de esfuerzo para revolver en la bolsa de nuestros pensamientos y sentimientos para encontrarla. Puede presentarse como una intuición, como una buena idea, o como una pequeña inspiración.
Dios no grita, normalmente murmura, sugiere o invita. Su voz es suave y por ello puede pasar desapercibida, pero entre más atención le pongamos, nos será cada vez más familiar y podremos empezar a reconocerla aun entre el barullo. Entonces, como Samuel, podremos decir: “Habla, Señor; tu siervo te escucha”.
// Teresa Salmerón nació en la Ciudad de México, donde creció en una familia católica practicante y donde formó la suya propia. Ha tenido la oportunidad de vivir en varios países como Chile, Venezuela, México y Estados Unidos. Actualmente reside en Ohio, donde ha vivido desde hace 12 años y donde trabaja como traductora y maestra de español. Teresa tiene 3 hijos adultos a los que ama profundamente. Ha sido catequista y actualmente facilita un estudio Bíblico de un grupo de mujeres de su parroquia. A Teresa le gusta mucho bailar, leer, cocinar y convivir con su familia y amigos; y se siente profundamente agradecida por el infinito amor de Dios.