Hace un tiempo atrás un gran amigo espiritual me dijo que cuando aprendiera más sobre la teología e historia de nuestra fe, tendría que asegurarme que las enseñanzas completaran el trayecto de mi cabeza a mi corazón. Cuando escucho las historias del Antiguo Testamento y de cómo Dios fue fiel, me lleno de emoción. Veo cómo, a pesar del tiempo, Dios cumplió todas sus promesas y palabras. Como dice el salmo responsorial (104), “El Señor nunca olvida sus promesas.”
A pesar de tener estos ejemplos en la historia de nuestra fe, me cuesta creer en mi corazón que el Señor tiene esa misma fidelidad conmigo. Caigo en la tentación de creer que las promesas del pueblo judio no tienen mucho que ver conmigo y que hoy en día ese tipo de promesas no existe. Eso no es verdad. Somos parte de la misma familia, esas promesas fueron entregadas de generación a generación. Las profecías y promesas no son palabras en un libro de historia distante sino promesas que Jesús sigue cumpliendo hoy.
Nosotras nos cerramos al amor íntimo de Dios cuando pensamos que las promesas eran para un pueblo en otra época y no para nosotras. Quizás es más fácil creer en las profecías y promesas de otros en una historia distante y no las tuyas. En esos momentos, hermanas, vuelvan al Señor y a su poder (Salmo 104). Sé vulnerable y deja que la verdad llegue de tu mente y a tu corazón. Jesús, quien cumplió todas las profecías y promesas del Antiguo Testamento, es el mismo Jesús que quiere seguir cumpliendo las promesas contigo.
Joanna nació en Venezuela y fue criada en Miami donde aprendió a hablar “Spanglish”. Le encanta la playa, viajar y la repostería saludable. Conoció a sus dos mejores amigas, Santa Teresita de Jesús y Santa Faustina, durante una misión en Haití y desde ese entonces su vida cambió.