Me vienen a la mente algunas ocasiones en las que me encontré con la fe del jefe de la sinagoga, rogando en nombre de un ser querido. Recuerdo la desesperación que llevaba mientras hacía tratos con el Señor. Un amigo estaba enfermo y le ofrecí todo a Dios a cambio de que nuestro amigo sanará. Realmente creí que nuestras súplicas serían suficientes para tocar el corazón de nuestro Padre Celestial y permitirle ser sanado. Me impresioné con mi fe y no necesité convencerme de que el Señor lo iba a sanar. Y luego falleció. No podía creerlo. Vinimos con el mismo corazón expectante que el padre de esta joven en el evangelio. ¿Qué no hicimos lo suficiente? ¿Hubo una pizca de duda que podría haber influido en el resultado? Así como Jesús sacó a los escépticos de la habitación durante la curación, ¿no fue suficiente nuestra fe para ver esta sanación?
Me encontré luchando con el Señor. Simplemente no podía creerlo. A veces encuentro paz en la idea de que mi amigo esté en el paraíso con el Padre. Encuentro consuelo en la resurrección del cuerpo que Jesús promete. Debo admitir que también hay momentos en los que todavía no aceptó el resultado. Me di cuenta de lo frustrada que puedo sentirme con el Señor si las cosas no salen como quiero.
Él me ha mostrado lenta e intencionalmente de qué se trata la fe. No se trata de esperar a que Él nos dé lo que queremos simplemente porque lo pedimos. Se trata de confiar en que tenemos un Padre Bueno que planea prosperar y no hacernos daño, que nos escucha cuando oramos a Él esperando milagros y que no se esconde sino que se revela cuando lo buscamos (Jeremías 29:11-13).
Dios me ha dado la gracia de ver el paso de mi amigo de esta vida a través de los ojos de la fe. Así como Jesús le ordena a la niña que se levante, hace lo mismo con cada una de nosotras. Siempre hay un avivamiento de fe esperando ocurrir en nosotras; Las conversiones ocurren diariamente. El Señor nos invita a levantarnos a una nueva esperanza encontrada en Él, una nueva vida en Cristo. Él nos sostiene con alimento para el camino, Su mismo cuerpo que es nuestro Pan de Vida. Levántate, hermana. El Sanador Divino espera.