Aun me acuerdo como ayer: estaba yo sentada en el patio abierto de un restaurante en la capital de Etiopía, no sola, sino con unos tres chicos bebiendo un té caliente. En ese entorno hablábamos sobre la vida, específicamente, sobre el amor y la sexualidad.
Todo empezó dos semanas antes cuando se me había dado la oportunidad de compartir con estudiantes universitarios que formaban parte de un grupo católico de la diócesis de Addis Abeba. Fui invitada a dar una charla sobre algo muy polémico y culturalmente escandaloso: la Teología del Cuerpo. ¿Qué es la teología del cuerpo? En breve, es lo que se puede saber de Dios y, más aún, de nosotros mismos, a través del cuerpo como creación de Dios–hecho con propósito e intención. Y un tema que no se puede quedar sin tocar en el desarrollo de esta enseñanza es el sexo.
El Tabú del Sexo
Quizás para ti no es nada nuevo y has tenido conversaciones con tus padres desde tu niñez sobre el tema de sexualidad. Pero para mí, como para los estudiantes que se reunieron a escuchar la charla ese día, la sexualidad era algo que casi nunca se hablaba en mi casa. Solo sabía que uno no debe tener sexo antes del matrimonio–nada más. Así como en muchas culturas Hispanas/Latinas, en la cultura Etíope el sexo se ve como algo vulgar– hasta mencionar la palabra “sexo” puede resultar problemático en algunos lugares. Imagínate el reto que se me enfrentaba cuando yo, como mujer soltera en un país que a veces no se fía de la palabra de la mujer, tenía que decir tantas veces esa palabra. Y más aun, hablar sobre el plan de Dios para el sexo, para nuestros cuerpos, para el matrimonio.
Después de un día lleno de charlas y discusiones en grupo, oración y pidiendo al Señor que habrá corazones, me quedé asombrada con los testimonios de los jóvenes después del retiro. Se levantaban, no solo uno, sino cinco o seis a la vez, para decir cuanto significaba esta “buena noticia” de la Teología del Cuerpo para ellos. En específico, me acuerdo de uno que se paró y dijo, “¿Cómo es que este regalo tan grande está en la iglesia y nosotros no sabíamos nada?” Ellos estaban sedientos para saber más de lo que Dios decía sobre la sexualidad, como andar en caminos de amor y no de lujuria, y cómo vivir la vocación al amor: el darse si mismo hacia Dios y hacia el prójimo.
La Buena Noticia
Al ver la luz encenderse en los corazones de estos jóvenes, me acordé de la primera vez que escuché este mensaje que cambió mi vida. Ya estaba en la escuela secundaria en los Estados Unidos, y después de una vida escolar Católica tenía todas las respuestas correctas. Sin embargo, aún no había profundizado en mi corazón el mensaje del evangelio, y el llamado a la castidad aún menos. Pero ese día, sentada en una silla de metal mientras hablaba una chica joven desde la tarima, entendí algo: Dios hizo el sexo y por eso el sexo no es algo malo ni sucio si no que es algo bueno.
Ella repetía en inglés, “sex is good”--el sexo es algo bueno. Yo me sentía un poco extraña escuchando estas palabras por que para mi, el sexo era algo malo. Pero aun así, a pesar de mis heridas sexuales y montón de preguntas, mientras ella hablaba estas palabras con certeza, yo sentía en mi corazón un “¡sí, esto es! Es la verdad.” En ese momento firmé con mi nombre una tarjetita que nos habían dado que tenía una promesa de abstenerse de relaciones sexuales hasta el matrimonio. No lo pensé dos veces, puse ahí mi nombre y la fecha y decidí seguir hacia delante con esta nueva vida.
No tenía idea de lo que estaba por venir, los chicos que iban a salir de mi vida por esta promesa, lo difícil que sería mantener, no tan solo esa promesa, sino un estilo de vida de castidad–física y emocional. No sabía que iba a ser todo una jornada larga con muchas caídas y momentos difíciles– pero también una aventura llena de perlas y joyas en el camino. El Señor fue tierno conmigo. Me fue corrigiendo y enseñando lentamente. Empecé a ver que la castidad, es decir, viviendo mi sexualidad con integridad según mi estado de vida, era más que una lista de “no”. No puedes ver esto, hacer esto, hablar así, o ir allá, etc. Si no que la castidad es un llamado a vivir en la libertad que Cristo mismo nos ofrece cuando dice, “Si, pues, el Hijo les da la libertad, serán realmente libres." (Juan 8, 36)
La Castidad Verdadera
Entender el plan de Dios para nuestros cuerpos–que comunican algo de nuestro origen y destino, que son buenos porque son obras de Dios, que unidos a la voluntad de Dios no son obstáculos sino vehículos a la santidad– es saber que fuimos creados por amor y para amar (Catecismo de la Iglesia Católica, 1604). Conocer la profundidad de este amor es saber honrar nuestros cuerpos y mirar a los demás con ojos llenos de asombro no con malos pensamientos y deseos de poseer. Es dejar que el Señor, en Su misericordia, venga a sanar y a transformar cada parte de mi corazón y mente que se rebela contra Él, contra la libertad integral que Él me ofrece, contra el llamado radical a seguirlo a Él aunque sea difícil en este mundo.
Vivir la castidad es dejarse convencer por el Señor de que Él mismo es suficiente, que no hay que buscar en senderos ajenos el amor y la afirmación que tanto queremos. Andamos mendigando muchas veces con nuestros cuerpos por un poco de atención, pensando que con tal persona, por fin, encontraré la felicidad y el amor que tanto anhelo. Pero la verdad es que el amor más tierno y puro que se pueda encontrar en este mundo no se compara con el amor de Dios que nos sondea y nos conoce, hasta las entrañas (Salmo 139, 1.13).
Hermana, si estás leyendo hoy por primera vez esta realidad de la bondad de tu cuerpo y el plan de Dios para tu sexualidad, te invito a que leas esta obra de Juan Pablo II para empezar. Deja que el Señor transforme cada aspecto de tu vida, sin ocultar tu sexualidad. El buen Dios, todo lo puede sanar y renovar.
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